martes, 6 de enero de 2009

EXTRAÑO MUNDO EL NUESTRO

(Escrito elegido por Alfonso Guerra González para felicitar las fiestas)
Seguramente, los dos instantes más altos de la cultura humana son, como se ha visto muy pronto, y a los que el profesor Steiner dedicó una, yo creo que inquietante, reflexión hace unos años, los dos instantes de espera de la muerte de Jesús y Sócrates. Obligan, o han obligado al menos a los hombres durante veinte siglos, a reflexiones sobre sí mismos y sobre el rumbo de la Historia que todavía podrían salvarnos del descendimiento a lo oscuro en que parece decidido nuestro propio tiempo. Ahí están esos dos instantes reclamando un espacio de pensar que es el único en el que la verdad puede hacer su presencia.
Pero importante e inquietador es también el sentido de la presencia de los dos gallos que aparecen en la narración de esos dos momentos: el gallo que Sócrates ofrece al dios Esculapio pidiéndole la cura de la estupidez humana, y el que avisa de la traición de Pedro. Porque a estas alturas, si algo está claro, eso es que hemos traicionado todo, y como si la estupidez hubiera ampliado su parte en nuestro mismo modo de ser hombres, que ya no les importa conocerse a sí mismos, y comprobar que sólo son hombres, sino que se mueven en una constante hubrys o desmesura y delirio de dioses.
Ahora los gallos callan, como si ya no fuera a haber ninguna mañana para el mundo; ni a éste le importase o hasta le alegrase que no hubiese. Extraño mundo el nuestro, viviendo su noche entre los focos de los lagers o los interrogatorios, y el complaciente cacareo de la desesperanza.
La hierba del jardincillo está blanca, y, al pisarla, crujen los cristalillos de hielo, y se tiene la sensación de estar pisando algo que no se debiera, destruyéndolo. Pero también pisamos -y barremos y amontonamos- la nieve, cuyos cristales son como calados de finísima blonda. Y pisamos, igualmente, las maravillosas, minúsculas florecillas azules, amarillas o rojas de una delicadísima belleza -una alfombra que las más preciosas y artísticas que se tejen no pueden sino imitar-; y todo ese está ahí para nuestra alegría, y la autoconciencia de nuestra dignidad; pero cada vez nuestros ojos son más que llegamos es a la ecología, que es mucho, pero que sólo puede moverse en el ámbito de la necesidad, no en el de la pura libertad que es el de la belleza gratuita. Andar sobre la escarcha o la nieve es como andar sobre las cristaleras del mundo a las que hacemos añicos desde siglos, y desde siglos y hasta que el mundo acabe renovarán su hermosura.
Fragamento de "Advenimientos", "Extraño mundo el nuestro", José Jimémez Lozano.
Buena suerte y hasta luego!

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